Gildo González
Reconfigurando instintivamente la vida
Venía siendo común en cualquier adolescente llegar a ser piloto aviador, marino de la Armada, domador de fieras o torero, alguien que causara admiración o envidia. Sin embargo, existían contadas excepciones en las que la adolescencia no era sinónimo de inseguridad, nerviosismo ni deseo —por cierto irrealizable— de emprender a futuro alguna actividad que implicara el riesgo y requiriese asimismo valentía, como condición indispensable. Cuando Gildo González entró en contacto con el arte, el salto al vacío que significaba entregarse, fue ejecutado desde una edad temprana.
No tardaría mucho tiempo en definir vocaciones y concentrar sus energías en las artes plásticas y visuales y convertir al entonces joven Gildo en una persona definida, libre, muy seguro de sí mismo y de lo que iba a buscar en su plena madurez emocional.
Esa madurez que ahora nos comparte el pintor, que nunca abandonó los terrenos de la gestión cultural, la museografía y el trabajo galerístico, actividades que lo convirtieron en un personaje de mente aguda y en extremo ágil, producto del estudio y la experiencia vivencial adquirida con los años. El arte siempre ha sido el camino, la senda que él mismo eligió.
Bajo de estatura, la frente amplia y los ojos vivos, —de intensa mirada— siempre se sintió atraído por los experimentos de física y química, aprendiendo de la prueba y el error, descomponiendo y desarmando para volver a configurar, se alejó de la Academia y encontró en los procesos creativos la verdadera pasión que hasta la fecha nutren sus obras.
Lector consumado, asumido autodidacta, se declara también disperso y no es para menos, pues ha incursionado en la museografía y la gestión con la misma fuerza y entusiasmo con la que abrazó el periodismo y la crítica de arte. Al mismo tiempo se confiesa asiduo estudiante de pintores o más bien de artistas visuales, y del mundo de los museos o museología.
A Gildo González se le escapan los días, las horas, entre todas las cosas que se propone realizar, pero encuentra los momentos apropiados para concentrar energías y convertir una simple tela en una obra de una belleza inquietante, algunas veces, asombrosa. Lleno de ideas y sentimiento, así como de una consciencia lo suficientemente abierta para entender los cambios vertiginosos del mundo, el artista se ve enfrentando cada día a sus espacios en blanco para reconfigurar las estructuras armónicas de la vida.
Instinctively Reshaping Life
It was common for any teenager to become an aviator, a Navy sailor, a beast tamer, or a bullfighter—someone who inspired admiration or envy. However, there were rare exceptions in which adolescence was not synonymous with insecurity, nervousness, or the—certainly unrealizable—desire to undertake any activity in the future that involved risk and also required courage as an indispensable condition. When Gildo González came into contact with art, the leap into the void that meant surrendering himself was taken from an early age.
It wouldn’t take long for him to define his vocations and focus his energies on the visual and plastic arts, transforming the then-young Gildo into a defined, free person, very sure of himself and of what he would seek in his full emotional maturity.
That maturity that the painter now shares with us, who never abandoned the fields of cultural management, museography, and gallery work, activities that shaped him into a sharp-minded and extremely agile figure, a product of study and the life experience acquired over the years. Art has always been the path, the path he himself chose.
Short in stature, with a broad forehead and lively, intensely gazing eyes, he was always drawn to experiments in physics and chemistry, learning through trial and error, decomposing and disassembling to reconfigure. He distanced himself from the Academy and found in the creative processes the true passion that fuels his works to this day.
An avid reader, a self-taught artist, he also declares himself scattered, and no wonder, as he has ventured into museography and management with the same strength and enthusiasm with which he embraced journalism and art criticism. At the same time, he confesses to being an avid student of painters, or rather, visual artists, and of the world of museums or museology.
Gildo González’s days and hours slip away, amidst all the things he sets out to accomplish, but he finds the right moments to focus his energies and transform a simple canvas into a work of disturbing, sometimes astonishing, beauty. Full of ideas and feeling, as well as a consciousness open enough to understand the dizzying changes in the world, the artist finds himself confronting its blank spaces every day to reconfigure the harmonious structures of life.